29.6.03

El cine inmóvil

¿Quiénes tienen la razón, los millones de personas que en el vasto mundo afirmarían sin dudar que el cine y la televisión son imágenes en movimiento, o los pocos miles de ingenieros y filósofos que ante tal afirmación esbozarían una sonrisita conmiserativa y explicarían que sólo existen las imágenes fijas y que “la imagen en movimiento” no es más que una ilusión?

Es verdad que los ingenieros y los filósofos no mienten porque “la imagen en movimiento” no es más que la sucesión de numerosas imágenes quietas. Cuando pasan a la velocidad adecuada, nuestro cerebro, gracias a una dichosa imperfección hace que las veamos continuas y en movimiento.

Cuando se permite aflojar los sólidos lazos que lo atan al cotidiano mundo, el filósofo talareño Rogelio Llanos suele decir : “entre la realidad y la ficción… prefiero la ficción”.

Comparto con él la opinión de que la estofa de la que está fabricada la inquietante realidad es la ilusión.

28.6.03

Aniversario

Por estos días, Condorito ha cumplido 50 años.

Felicidades, querido Condorito.

Conspiración

En el Perú, el prestigio de César Vallejo es reconocido públicamente por la comunidad literaria, sin embargo actualmente los poetas peruanos (1) confabulan y socaban la imagen pública del poeta.

Para perennizar su sentimiento del mundo, de la vida y del amor, Vallejo usó el recurso de la poesía. Para el propósito (aparentemente banal) de perennizar su imagen civil, usó la fotografía.

Hace 80 años no existían las instantáneas tal como se conocen hoy debido a que la tecnología de entonces sólo permitía tiempos de exposición relativamente largos. Por lo tanto la POSE tenía una trascendencia probablemente superior a la actual. Las personas con sentido de la trascendencia (justificado o no) tenían que estudiar sesudamente la manera exacta en que enfrentarían esta precaria especie de inmortalidad, la fotografía.

Confieso que no he visto un repertorio muy vasto de fotografías de Vallejo, pero el tiempo siempre hace un donoso escrutinio de todas las fotos, retratos o efigies que pueda haber dejado un ser humano, y quema todas y sólo guarda una.

La foto de Vallejo es Una y la mayoría de los peruanos alfabetos la conocemos. Aparece elegante, enjoyado, hierático, probablemente místico.

Hay imágenes que son equívocas. La de Vallejo no lo es porque puede obtener respaldo en la lectura de su poesía, así que quien haya visto su fotografía no puede concebir la posibilidad de que el poeta haya sido un hedonista. No se le puede atribuir más que las módicas posibilidades de disfrute de un asceta.

Se podría suponer que, puesto que Vallejo sigue siendo figura (2) muy principal, y unánimemente reconocida entre los poetas peruanos, su influencia se hiciera evidente mediante contingentes de poetas avallejados.

Esto ocurrió alguna vez en los 50 y el poeta Neruda, se quejó de que “los que alguna vez nerudearon, hoy vallejan”. Ahora, estaría complacido en comprobar que en el Perú los poetas han vuelto a nerudear, esto es, en el sentido de su adscripción a los contingentes de los poetas epicúreos, dispuestos a confeccionar bellos poemas siempre que gocen de una generosa sinecura y que sea entre una opípara cena y una excitante sesión amorosa.

Esta nueva militancia de los poetas peruanos, se ha hecho tan notoria en los últimos tiempos, hasta el punto de que algunos de ellos se han vuelto teóricos de la gastronomía y lideran y difunden la especie de que en el Perú tenemos la mejor cocina del mundo. De ahí a abjurar de Vallejo, no hay mucho.


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1) Los poetas contemporáneos y la mayoría de los militantes de la izquierda en el Perú proceden o residen en los mismos barrios. Generalmente en algún momento de sus vidas, los izquierdistas han querido ser poetas y viceversa. Afortunadamente, no han logrado sus propósitos

2) Confieso que quise y me arrepentí de usar “emblemático”, palabra martirizada por los periodistas

9.6.03

En el siglo XVI Descartes postuló que la residencia del alma estaba al centro de la cabeza, ese es el probable origen de nuestra opinión actual. Pero en la antigüedad clásica y en el medievo los hombres creían que la sede del alma era el corazón.

Por este presunto error la antigua palabra “re-cordar” procedente del latín, tiene el sentido de “devolver al corazón” lo que antes estuvo ahí.

El cineasta Luis Buñuel en sus memorias se refiere a la amnesia que su madre padeció al final de su vida en la más rigurosa de sus variedades (que impide recordar hasta lo ocurrido en el instante inmediatamente precedente). La vida de la buena mujer era una versión poco envidiable de ese eterno presente que tanto fascina a filósofos, teólogos y poetas.

Acaso al otro extremo, a un personaje inventado por Borges, le estaba vedado el olvido. Y estaba condenado a la convivencia con la suma total de sus recuerdos, masivos y simultáneos hasta el vértigo. Absurdamente, el personaje pugnaba por disminuir al mínimo la producción de nuevos recuerdos, para no añadir a su desmesurado bagaje.

Los “famas” de Cortazar coleccionan sus recuerdos en frasquitos que ordenan primorosamente en anaqueles con cartelitos clasificatorios que dicen cosas como “caluroso verano del 79” o “baile de despedida de la promoción del 92”. Los “cronopios” por el contrario los tienen sus recuerdos desordenados en el lugar menos adecuado.

En el corazón o en la cabeza, en mi caso personal, los recuerdos se apilan a un paso razonable y se encienden y apagan aleatoriamente como luciérnagas a la hora del ocaso algunas veces, y otras menos felices, como delgadas llamaradas a pleno sol. Así está bien y así me agrada que sea.

Pero me asustan los rituales de evocación obligatoria y pública. Por ejemplo las reuniones de antiguos amigos que se vuelven a encontrar después de tiempo, y donde es inevitable y hasta obligatorio acordarse de todo lo posible, corrigiendo, mejorando, o hasta inventando recuerdos mas decorosos.

Esta fobia es, al parecer, es una grave irregularidad en mi personalidad. Creo que me expone demasiado, pero seria inútil que intentara ocultarla. Y pueda que esta confesión eche demasiada luz sobre mi historia personal (nada que ver), y que mis amigos con tendencia a la práctica ilegal de la sicología, me agobien con sus interpretaciones.

Pero ya esta dicho. El hecho es que el viernes pasado fui invitado a la casa de Bea (para decir la verdad, no fue ella la que me invito, sino un buen amigo mío, cuya vocación por la vida social admiro y envidio). Yo sabia que la reunión también iba a marcar el reencuentro de un famoso trío de voces femeninas que por los años 80 conmovieron el ambiente canoro de la Universidad Católica. Pero lo verdaderamente terrorífico del caso es que no tenía dudas acerca de qué especie de música “tendríamos” que cantar: horror de horrores, la especie llamada “música latinoamericana” de los 70.

La que en estos días se denomina “música latinoamericana” es casi exclusivamente música boliviana. Se baila con coreografías demasiado cuidadas y sus letras adolescen de una lírica recargada y dulzona. La de entonces –la de los 70– era un curioso híbrido chileno-argentino-boliviano, su inspiración y temática eran fervorosamente políticas y su discurso decididamente telúrico o cósmico, según se quiera ver.

Con el transcurso del tiempo, la interpretación de esta música se ha ido reduciendo a ambientes de mayor intimidad política, de comunidad generacional y se ha asociado a la ingesta de considerables cantidades de bebidas alcohólicas.

En las reuniones sociales de círculos feminista, por ejemplo, he logrado percibir algunas etapas que se repiten con regularidad. En algún momento las participantes tendrán que hablar de los viajes que han realizado en este año. A lo más, el año pasado. Qué lugares del mundo y qué lujosos hoteles conocieron. A los que no viajamos muy seguido ya no nos provoca para nada mencionar el viajecito que hicimos hace ya demasiados años, y tenemos que darnos maña para que la etapa del baile llegue cuanto antes. Pero inevitablemente llega un momento posterior en que las aguerridas feministas, ya bien entonadas, arracancan con la “música latinoamericana” y hasta pueda que terminen dando vivas a agrupaciones de izquierda que hace muchos años dejaron de existir.

Este, o uno parecido era el futuro que sabía que me esperaba cuando acepte ir a la casa de Bea. Pero no fue tan grave. Yo también canté (me sé bien todas las canciones). Toqué las maracas y un improvisado sucedáneo del cajón (aunque en realidad soy bongocero). Y fuimos tolerablemente felices.

Como en tantos otros casos, mi cabeza está en serias desavenencias con mi corazón.