22.7.03

LA DIMENSIÓN INTOLERABLE


Mi primer recuerdo de una vívida sensación tridimensional no es del plácido espacio en que transcurrimos.

Procede de unos curiosos instrumentos parecidos a binoculares que un hombre exhibía sobre una pequeña mesa, a la salida de la escuela. Los extraños aparatos servían para ver el contenido de unos discos con temas propios de aquellos notables días: La Cenicienta, Pinocho, La Bella Durmiente y otros menos conocidos de la constelación Disney. Ese aparato (que deseé pecaminosamente) me enseñó la profundidad del mundo.

Aprendemos que el mundo es tridimensional, y en cierta forma podríamos decir que esto nos consta ya que nuestro organismo cuenta con los dispositivos sensoriales para atestiguarlo.

Pero estos dispositivos actúan de una manera errática y desconcertante.

Algunas figuraciones del futuro postulan fotografías y cine tridimensional. No dudo que técnicamente esto sea factible. Dudo que tales inventos puedan llegar a tener alguna utilidad. Especialmente en lo que concierne a reemplazar lo que conocemos como cine y a su moroso sucedáneo la televisión.

Recuerdo un programa de TV de la exitosa serie de Los Simpson. En este episodio, Homero atravesaba una puerta que separaba un mundo bidimensional a un mundo tridimensional y se convertía ante nuestros ojos, de un simpático tontón en una engendro monstruoso. Este es un caso de que nuestra preferencia por la añadidura de la tercera dimensión no es omnímoda.

Además. “ese 3D” no es real. Usa de los programas informáticos de modelación y animación 3D en que la perspectiva y la iluminación acentúan la ilusión de profundidad. Pero es evidente que el plano de la pantalla se mantiene inconmovible.

R. Joffé dirigió a mediados de los 80 una película llamada La Misión. En ella, De Niro es un español del siglo 18 que en un momento de cólera incontrolable mata de una estocada a su propio hermano. El instante inmediatamente posterior a la muerte, cuando cede la ira y la reemplaza una palpitante, intolerable lucidez, fue filmado por el director de fotografía Chris Menges mediante un procedimiento de movimientos simultáneos de signo contrario: la cámara se aleja del sujeto cuando al mismo tiempo el lente “entra” en zoom-in. El movimiento, muy cuidadosamente ejecutado, no altera el tamaño del asesino en la pantalla. Lo que si se altera es la “profundidad de campo”. Se opera un cambio en el tamaño y en la nitidez de los fondos que provoca una especie de descompresión de la imagen o la repentina aparición de la profundidad. Mucho conviene este artificio para recrear la sensación del momento en que el personaje enfrenta a lo irreparable.

He sido testigo de muchos momentos como este. Siempre ocurre como una repentina profundización del universo. Como si nuestra pequeña pantalla cotidiana explotara en una profundidad infinita para dejarnos más indefensos ante el inexplicable cosmos.

Los momentos de descubrimiento inesperado, glorioso o demoledor, tienen el mismo efecto. También ocurre en los viajes, cuando a la vuelta de unas horas de avión, todo es nuevo y distinto a nuestro paisaje cotidiano. Lo mismo ocurre en el retorno después de una ausencia prolongada.

Pero la asombrada constatación que ha dado lugar a esta nota es que estos momentos horrorosos o espléndidos en que el mundo se enriquece con una nueva dimensión, tienden a no duran mucho. Estos momentos de cristalina nitidez, ceden pronto de su máxima tensión y retornan a su flacidez original.

La realidad poblada de ansiedades con sus reclamos utilitarios y apetitos minúsculos, nos restituye a nuestra modesta y sólita bidimensionalidad.

El mundo en 3D es insostenible. Es claro que los humanos a pesar de vivir en ella estamos dotados de la desconcertante capacidad de suprimirla.
Aunque la conocemos, no nos es posible sostener la percepción clara de esa tercera dimensión.

Sin embargo exigimos un sucedáneo notoriamente falso, pero tolerable: por ejemplo video juegos 3-D.

El mundo propone esta curiosa paradoja. Vivimos en un mundo real tridimensional pero estamos dotados de procedimientos anti-perceptivos para cuasi suprimir una de las dimensiones de este mundo. Por otro lado nos precipitamos hacia nuestros monitores o pantallas de video que en su inalterable platitud miman una realidad 3-D.

La voluntad de jugar, es un gran impulso para la industria de las computadoras. Los programadores de video juegos exigen cada vez más capacidades a los fabricantes de tarjetas gráficas. Estas deben poder crear en los monitores imágenes ilusoriamente tridimensionales “que sean cada vez más realistas”. Para eso se requiere de procesadores gráficos cada vez más rápidos y poderosos. Al otro extremo de esa cadena hay un insaciable jugador anhelante de los modestos atisbos de tridimensionalidad que le han sido deparados.