23.8.06

Confucio y el país de los burros

La especie de los intelectuales apareció cuando las organizaciones sociales se hicieron tan complejas que requirieron de personas especializadas en labores de administración, agrimensura, contabilidad, relaciones de hechos y afines. Ni nobles ni guerreros apetecían demasiado estos puestos ya que no permitía un acceso rápido a la gloria militar ni a los botines de guerra. Se abría así un espacio para que los desheredados pudieran ganarse el sustento y hacerse de una posición en base a sus saberes y habilidades.

Confucio, que vivió entre los siglos 6to y 5to A.C. dedicó su vida a la edificación de las columnas maestras de la civilización china. Su enseñanza en lo social urgía a la práctica rigurosa de la virtud y autorizaba a quien hubiera logrado elevar su espíritu a aspirar ya no sólo a los puestos intermedios sino a los más altos. La aristocracia ya no tendría que proceder tan sólo de la propiedad de la tierra sino también de la calidad de los hombres. Cualquiera mortal podía acceder con derecho a tentar puestos de privilegio en las cortes.

Nacido pobre, Confucio llegó a ser ministro en el reino de Lu y si bien perdió su puesto por intrigas cortesanas, su enseñanza fue inspiración para generaciones de chinos que practicaron el confucianismo como un medio para la perfección del espíritu, y de paso se abrían la posibilidad de lograr una mejor posición en el mundo.

Dos siglos y medio después de la muerte del maestro, la China se debatía en las guerras de los reinos combatientes y los intelectuales confucianos dominaban el ámbito del funcionariado y ejercían gran influencia tanto sobre el pueblo como sobre los gobernantes.

Las guerras terminaron cuando el rey Chin Shih Huang Ti, se convirtió en el primer emperador de la China. Sólidamente posesionados en la burocracia estatal, los confucianos se opusieron a la autoridad del nuevo régimen (para quienes vieron la notable película de Shan Yimou, este monarca es el que enfrenta al implacable sicario de “Héroe”). El emperador respondió sin timidez: 40,000 intelectuales confucianos fueron sumariamente ejecutados y todos los libros existentes hasta entonces fueron incinerados. La historia debía empezar de cero con el nuevo emperador. También se le recuerda por haber iniciado la construcción de la “gran muralla” y haberse mandado construir un ejército de terracota.

Inútil como la inverosímil muralla, la quema de los libros y el ejército de estatuas, fue la carnicería de los confucianos: 23 siglos más tarde, los guardias rojos de Mao Tse Tung desataban su furor contra el confucianismo durante la gran revolución cultural. Como era de esperar esta revolución también fue abatida.

La moral de esta historia es por un lado, que los intelectuales (y no sólo los chinos, y no sólo los confucianos) desarrollan mecanismos de persistencia admirablemente eficaces. Y por otro, que no es posible concebir un estado que excluya a los intelectuales. Es decir a todos los intelectuales.
En el Perú, año 2006, el analista político Alberto Adrianzén (AA) afirma que la pobreza cultural del Perú es consecuencia del desencuentro entre “la política y las élites por un lado y mundo cultural e intelectual por el otro”.

Aunque la mencionada pobreza cultural es innegable, la manera en que AA deriva su conclusión no es muy sólida.

Es excesivo sostener que los gobiernos de turno los prefieren solípedos. Al menos no es posible afirmarlo tan a la ligera… y es que la historia ofrece también argumentos contra esta idea. Por ejemplo: el mismo Manuel A. Odría que rehusó para el Perú la sede de CEPAL (unos pocos años después, cuando ya no era dictador), tuvo como ministros a Jorge Basadre y Raúl Porras … ¿esquizofrenia o acaso el general “había cambiado”? El gobierno militar que se habría negado a que el Perú sea sede de FLACSO tuvo entre sus íntimos colaboradores a Augusto Salazar Bondy, Walter Peñaloza Ramella y Juan José Vega entre otros. Por otro lado, el historiador Pablo Macera, el más brillante de su generación y “gurú de las izquierda” aceptó ser generosamente acogido por el fujimorismo. La lista no acaba ahí.

Riva Agüero, brillante intelectual, benefactor de la Universidad católica y simpatizante del fascismo fue ministro de Justicia y Culto de Oscar R. Benavides y Víctor Andrés Belaúnde sirvió al ministerio de RR EE, también como ministro.

Aun así, tampoco sería justificado afirmar que el poder es un apasionado de la inteligencia o que a los intelectuales les agrada ser poseídos por la fuerza como decía Mariátegui, el viejo.

Pero la confusión se aclara cuando AA nos revela que “el mundo cultural e intelectual” no era tan ecuménico como parecía. En realidad su justo clamor era en defensa de los “intelectuales que proponen una cultura progresista y liberal”, es decir los que se ejercitan diariamente en “el pensamiento crítico”.

Notables oledores, los heraldos negros de la “guerra cultural” que AA presiente, piden las cabezas de todo el que huela a comunismo. Pero no creo que haya que dejarse picar por atarantadotes como el joven Mariátegui. Ellos no son parte del gobierno. Ni siquiera son amigos del gobierno según se puede comprobar en los ejemplares pre-segunda vueta de sus diarios. El partido aprista es el que ganó las elecciones y hay que reconocer que hay diferencias entre este partido y otros que han llegado al poder en las últimas décadas. Incluyendo al partido aprista.

Pero el acoso de los heraldos negros mediáticos contra los intelectuales “progres” no deja de provocar en AA una notable ansiedad que se manifiesta, por ejemplo, cuando dice que el proyecto del ministerio de cultura “duerme el sueño de los justos” hace 20 días. Por lo menos tendrá que reconocer que para usar esa expresión deberá dejar pasar unos días más…

AA denuncia casos de ostensible maltrato del actual gobierno contra connotados intelectuales: Sinesio López, Benjamín Marticorena, Antonio Zapata, Rafael Tapia, (curiosamente omite el caso de Luis Lumbreras) habrían sido tratados irrespetuosamente. El gobierno habría actuado con rigor sectario, extirpando a los adversos sin atención a la calidad de su desempeño.

No hay dudas sobre la calidad de la gestión de López frente a la BN, ni la de Marticorena un poco menos espectacular en Concytec, ni la de Tapia. Pero también hay que reconocer que en algunos de estos casos, ellos se han preocupado por poner de manifiesto su irremediable disfuncionalidad con el régimen que se está iniciando.

El argumento de AA para defender al defenestrado director del Fondo Editorial del Congreso llama la atención. Dice así: que en promedio nuestro congreso no muestra muchas luces y muchos de sus miembros apenas han experimentado una alfabetización sumaria. Que esta situación es tan bochornosa que para recuperar algo de decoro, el congreso debería a tener una producción editorial semejante a la de otros congresos que si son decentes. Esta pudibunda actitud plantea la pregunta de qué es mejor: o afrontar la áspera realidad o afanarse con los cosméticos y ocultar la tierrita debajo de la alfombra.

No dudamos de que el Sr. Tapia, procedente de una familia trujillana de antigua y admirable estirpe intelectual, y que gozaba del reconocimiento de casi todos los sectores políticos del congreso, posea cualidades suficientes para ejercer ese cargo. Tampoco es muy evidente que su remoción deba significar oscurantismo, caza de brujas, o alguna especie de menguado macartismo.

Estos tiempos difíciles exigen del intelectual “progresista” una férrea disciplina de ubicación… ha caído el muro de muro de Berlín, la izquierda nacional ha sufrido terribles debacles políticas e ideológicas sin que hasta ahora muestre señales de recuperación. Los intelectuales de izquierda deberían abstenerse de reclamar majaderamente puestos vitalicios, posiciones de jueces de la creación o déspotas ilustrados con el deficitario argumento de que todos los demás son mediocres o reaccionarios. Hay otros intelectuales. Vienen de la San Martín, de la Gracilazo, de Villareal, o de San Marcos. Otros de la de Lima o de la Pacífico. Ostentan lentecitos de yupi yupanqui, tiene su MBA bajo el brazo y sus celulares suenan llamativamente. Son de ESAN, del Opus Dei. Admiran a Mario Vargas Llosa, a Hernando de Soto, hasta a Bayly. Son judíos o evangelistas usan Mac o PC, y todos tan intelectuales como los intelectuales proges marxistas o lo que fuera. Todos aspiran con derecho, en su calidad de ciudadanos ilustrados, a intervenir en los asuntos del estado y a ganarse el sustento en calidad de funcionarios.