16.10.06

El rostro ( II )

Definitivamente, el canal 7 no goza de mucho aprecio entre los habituales a la señal abierta de la capital. Su programación, grosso modo llamada cultural, no logra atraer masivamente al conglomerado televidente más extenso y consumidor del país, el limeño.

Es improbable que las programaciones llamadas culturales causen espanto a la tele audiencia de Lima por el mero hecho de ser culturales. En cambio, es probable que la programación cultural de calidad promedio sostenidamente discreta, resulte de un pacto no escrito entre los magnates de los canales comerciales y los administradores del canal del estado. El texto del acuerdo sería algo así como: “el canal del estado no debe meterse en los mismos rubros que los canales privados y si lo hace, debe hacerlo sólo en tanto que ningún canal privado se sienta “competido”.

La apuesta de los dueños de los canales comerciales de señal abierta es que los peruanos pobres siempre tendrán problemas para tolerar una televisión en que se pueda percibir algo de “cultural”. Por otro lado que ellos, los magnates de la TV, detentan por naturaleza, el monopolio del entretenimiento o “lo que le gusta a la gente”. Y por supuesto, que el entretenimiento y la cultura no pueden ni deben tener puntos de coincidencia.

Este lamentable statu quo no sería posible si el talento se juntara con adecuados recursos de producción. Pues la administración del estado se ocupa de que los recursos de producción del canal siempre sean inadecuados y que su gerencia no sea moderna. Se aseguran de que cualquier cosa que haga el canal del estado, si no es mediocre de por sí, por lo menos tienda a la mediocridad.

Con raras excepciones, el sistema funciona y cuando se sale de la norma, por ejemplo, cuando aparecen en el canal del estado programas extraodinarios como “Estrafalario”, o “Locademia de TV” o aparece un gerente con propuestas novedosas, los canales comerciales absorben o desaparecen los programas y/o echan al gerente. Esta fórmula, parece funcionar sin sobresaltos.

A cambio de abstenerse de competir con los paladines de la libre competencia, el administrador del estado de turno puede regalarse a su gusto con el canal y hacerse tocamientos políticos con las 1000 repetidoras del canal que en los pobres pueblos del interior el país representan tristemente el advenimiento de la modernidad.

El hecho de que parte de su producción y su “razón de ser” sea dirigirse al Perú postergado y justificadamente resentido del interior, que tanto atemoriza a los limeños, autoriza y hasta obliga a considerar especialmente el “aspecto racial” de la gente que aparece en la pantalla del estado para que ésta sea más concesiva con aspecto del Peruano común. Obliga a preocuparse más por cómo se ve el peruano a sí mismo, cuando el peruano no es necesariamente un peruano limeño. Los patrones raciales (y hasta notablemente racistas) que funcionan en los canales comerciales no son los mismos para el canal del estado.

11.10.06

El rostro ( I )










Como suele ocurrir en nuestro milenario país, los grandes hechos y los grandes acontecimientos tienden a permanecer enterrados.

Hace unas semanas, el canal del estado peruano, fue estremecido por un formidable seísmo cuyo notorio epicentro muchos pretendieron ignorar. Arrebatados, los medios de comunicación señalaron en todas direcciones posibles menos en la del voluminoso corpus delicti. Monstruo transparente, incomprensible, pero sobre todo innombrable.

La señorita K, rubia de facto, lectora de noticias de TV y conjeturable periodista, fue requerida de opiniones por sus serviciales colegas, siempre ávidos de material para alimentar las insaciables fauces de sus diarios. Ella produjo al menos 2 respuestas de significación que fueron ampliamente publicadas: 1) Que ella jamás trabajaría para un canal sobón 2) Que la figura de Vanessa Saba como rostro del canal del estado, no le parecía y que había en el canal otros rostros más de casa y mejor merecedores de tal privilegio.

Inquietantemente, Vanessa Saba es dueña de una sólida fama de buena actriz, y de poseer uno de los rostros más bellos y uno de los cuerpos más inspiradores del país. Además no le corre a los asuntos de profundidad, tampoco a los estólidamente populares. Podría aparecer con el mismo donaire en un escenario secundando a Vargas Llosa que en una publicidad de pizzería o de champú. Cantando rocanrol, en una telenovela, o balanceando sus dones en un memorable monólogo, al final de una irrecordable película nacional. No cabe duda de que es una chica agradable de ver y recordable por sobre los escombros.

Aunque es muy posible que su apellido Saba sea de orígen palestino, Vanessa tiene el aspecto fisonómico de una limeña blanca, pero especialmente distinguida. Impresión que acompañada de una particular modulación en su hablar, la sindica con el término impreciso, inelegante pero también ineludible de “pituca”.

La consecuencia de esto es que no se la identifique con “la mayoría de los peruanos”. Ella no podría interpretar (excepto quizá para los creativos de comerciales) a una voluptuosa cantante de chicha, ni a una impetuosa brichera del Cuzco, ni a una bella shipiba surcando solitaria bajo el nimbado cielo. Yendo por el lado huachafo de la historia, ella no podría representar a la señora de Cao, ni a la Dama del Ampato.

Peruana sin embargo como la que más, ella no vio ninguna razón para inhibirse de ser "el nuevo rostro" de la televisión estatal peruana, ya que así se lo pedía alborozada la veterana periodista que actualmente timonea el “canal 7”.

Volviendo a la Srta. K., su pretendida candidez no es fácil creer. Ella hizo declaraciones de una calculada audacia. Pero a pesar de su impecable calcular, la echaron. Y de mala manera: no sólo le quitaron el trabajo, sino que improvisaron formas al paso para causarle humillación pública. Hubo encono de por medio. Y un costo político considerable que normalmente debería haber causado ya la defenestración de la gerente del canal.

Por vez primera, a los 60 días del nuevo gobierno, los nervios destemplados de una funcionaria desencadenaban un escandalete que servía también para señalar el fin del acojudamiento post electoral del antiaprismo y anunciaba el renacer de críticas y de recuerdos incómodos.

La apariencia de la brutal reacción era culposa: que la linda Srta. K profiriera la palabra “sobón” no era motivo para que la gerenta la echara. Al hacerlo ella parecía confesar a gritos: “Si, yo anhelaba sobonear al gobierno desde este canal, pero esperaba hacerlo discretamente”. Era como si se hubiera cometido la indelicadeza de hablar de vísceras en presencia de Jack El Destripador.

La otra parte de la declaración de la Srta K. fue en realidad mucho más cáustica y audaz aunque menos espectacular: que el nuevo “rostro del Canal”, el de Vanessa, “no le parecía”, y que este rostro debía estar más adecuado al país llamado multirracial en que vivimos.

Es muy probable que haya sido ésta última la razón principal para desencadenar la furia de la gerenta. (...continuará)