5.6.09

Color local

La luz se hizo sombra y nació el indio...”, Alicia Maguiña, limeña, blanca



“Negra quiero ser, color del carbón, color del carbón...”, Alicia Maguiña, limeña, blanca


Únicamente despertar una mañana convertida en un grotesco escarabajo sería comparable a lo que sucedió a la actriz Jimena Lindo después de que dijera inadvertidamente en su programa de TV algo que fue interpretado de muy variadas maneras. Muchos quisieron entender algo así como que Magaly Solier, colega suya, estaba en Cannes pugnando por vender coloridos chullos (o paquetes de chuño) a la gente glamorosa ahí reunida con motivo del célebre festival de cine. La muchacha atribuyó toda la responsabilidad de la imputación al nulo profesionalismo de la prensa y se rehusó a hablar más del asunto.


Estaríamos ante un caso de conmoción espiritual de alguien que siempre se juzgó a sí misma partidaria de todas las formas posibles de benevolencia y sobre todo inobjetablemente antagónica al racismo. Repentinamente, un leve incidente lingüístico dio lugar a que los medios de comunicación la convirtieran en sospechosa, no únicamente de racista sino también -o además- de envidiosilla. Blanca Nieves repentinamente convertida en la Reina Malvada. Había razones de peso para que su universo se desencajara y se tornara poco hospitalario.


Siendo mi país, El Perú, semejante un Jardín del Edén en cuanto a biodiversidad, es también un lugar donde el racismo ha desarrollado cualidades miméticas admirables gracias a las cuales se mantiene vigoroso y campante. Una curiosa consecuencia es que en El Perú, no es de buen parecer el mencionar la color de las personas, ni nada que haga olas sobre el tema racial. Lamentablemente esto suele limitar las cualidades expresivas del lenguaje, especialmente las del escrito. En aras de la inteligibilidad, tendremos que tomar las licencias debidas de la sólida ética que nos distingue, y mencionaremos los colores de la gente. También haremos necesarias y peligrosas abstracciones, pero tenemos la certeza o por lo menos la esperanza de que algo diremos.


Justicia no hay en el mundo
Hace unas semanas un tabloide explícitamente derechista publicaba fotos en que se podía apreciar la impericia ortográfica de una congresista notoria por exhibir militantemente su indigenismo. El director del diario, blanco, limeño y nieto de la figura histórica de la izquierda peruana, se ganó por esta razón los adjetivos más duros de sus críticos. La gran mayoría de ellos no dudaron en acusarlo abiertamente de racista.


Hay que considerar que en nuestro bienamado país una persona de piel blanca sindicada como racista a gritos por los medios de comunicación, ya sea bella y talentosa o nieta de prohombre, ya no tendría la tranquilidad espiritual necesaria para caminar por Gamarra o el jirón de la Unión, ya no podría ir a la Cachina ni asistir al estadio, sin el temor de ser “ajusticiada” por los ingentes ejércitos de cobrizos agraviados.


Algo así debe haberle pasado a Aldo Mariátegui desde que su diario hizo escarnio de los errores ortográficos de la congresista cusqueña por lo que fue señalado, entre otras cosas como racista. Y también, aunque en un grado muy distinto, a la actriz Jimena Lindo que semanas después pasó a ser la racista de turno.


Ella (blanca, limeña y también exitosa actriz en el medio local) deslizó en su programa, dedicado a “la movida cultural”, que Magaly Solier (india,huantina, actriz cinematográfica de corta pero muy exitosa carrera cinematográfica internacional) debía estar en Cannes “vendiendo chullos” (o chuño), cuando no desconocía que estaba en el célebre Festival de cine como invitada a la presentación de una película que protagonizaba. La conductora, se ganó sus críticas también pero a diferencia de Mariátegui, fue tratada con guantes de seda por los “líderes de opinión”, por algunos defensores de los derechos humanos y finalmente hasta por la supuesta agraviada. Menos inocente pero extremadamente diplomático, el sicólogo y estudioso de la materia Jorge Bruce, blanco, limeño, si pareció advertir que había algo del “imaginario racista” que afloraba por ahí. Pero quien si fue implacable, hay que decirlo, fue el árbitro en la materia de APRODEH, Wilfredo Ardito, zambo, limeño, activista anti racismo, quien encontró que las expresiones vertidas por la bella, manifestaban racismo al igual que en el caso Mariátegui.

Señor… ¿por qué los seres no son de igual valor?
Ante un hecho claro e inconmovible, a algunos les parece evidente que hay una manifestación racista y otros curiosamente no hallan el menor asomo de tan desprestigiado sentimiento. Acaso esto ilustre que El Perú es un país tan permeado por el racismo que se ha hecho necesario determinar varios “niveles de racismo” y una frontera muy subjetiva según la cual algunos son tolerables y otros no. En realidad, muy pocos peruanos como el Sr. Ardito se mantienen tan seguros acerca de la justeza de su criterio respecto al racismo. Por algo existen frases como “el que no tiene de inga tiene de mandinga” destinada a llamar al orden a quienes se exceden en ínfulas de pureza racial y el no menos memorable “todos somos cholos”.


Inevitablemente la frontera arbitaria parece haber obrado en los casos referidos para exculpar a la una y para condenar al otro... ¿Qué habría pasado si Aldo Mariátegui hubiera sido quien soltó lo de la venta de chullos?...


Los peruanos en su mayoría han rehusado a reconocerse como indios y han abrazado la fantasmagoría de la choledad. Este supremo acto de distanciamiento de nuestros antecedentes raciales, para intentar privilegiar un porciento indeterminado de aporte sanguíneo europeo, demuestra por contraste que los peruanos estamos permanentemente atentos a la discriminación racial. Nadie más sensible a la discriminación que los discriminadores habituales.

Por lo tanto, cuando en El Perú se acusa a una persona singular de racista, deliberadamente o no, se está exponiendo la integridad física de ese ser humano a un riesgo efectivo. Al señalar a un racista en medio de una multitud de cobrizos, se está proponiendo agazapadamente que alguien lance la primera piedra para librar al mundo de una nociva alimaña. El acusador intenta transferir a la muchedumbre sus iras santas instándola a la ejecución de quien ya han condenado sumariamente al suplicio.


Publicar enfáticamente que un blanco notorio es racista en medio de una multitud de cobrizos implica por lo menos una mala voluntad hacia su integridad física y es atentar contra sus derechos humanos.


Quienes excusaron a Jimena, la beneficiaron, para nuestro regocijo, con una pena leve y se asumía la protección de su invaluable integridad física. En cambio los adversarios del menos afortunado Aldo Mariátegui sí que lo expusieron a la vindicta pública con la marca del racismo. Las razones fueron seguramente de naturaleza política y vinieron de quienes tienden a reducir la práctica política a eliminar, encarcelar o meter al manicomio a todos sus adversarios como medio para acceder al poder, excusándose así del viejo expediente de la confrontación política en términos democráticos.

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