11.10.06

El rostro ( I )










Como suele ocurrir en nuestro milenario país, los grandes hechos y los grandes acontecimientos tienden a permanecer enterrados.

Hace unas semanas, el canal del estado peruano, fue estremecido por un formidable seísmo cuyo notorio epicentro muchos pretendieron ignorar. Arrebatados, los medios de comunicación señalaron en todas direcciones posibles menos en la del voluminoso corpus delicti. Monstruo transparente, incomprensible, pero sobre todo innombrable.

La señorita K, rubia de facto, lectora de noticias de TV y conjeturable periodista, fue requerida de opiniones por sus serviciales colegas, siempre ávidos de material para alimentar las insaciables fauces de sus diarios. Ella produjo al menos 2 respuestas de significación que fueron ampliamente publicadas: 1) Que ella jamás trabajaría para un canal sobón 2) Que la figura de Vanessa Saba como rostro del canal del estado, no le parecía y que había en el canal otros rostros más de casa y mejor merecedores de tal privilegio.

Inquietantemente, Vanessa Saba es dueña de una sólida fama de buena actriz, y de poseer uno de los rostros más bellos y uno de los cuerpos más inspiradores del país. Además no le corre a los asuntos de profundidad, tampoco a los estólidamente populares. Podría aparecer con el mismo donaire en un escenario secundando a Vargas Llosa que en una publicidad de pizzería o de champú. Cantando rocanrol, en una telenovela, o balanceando sus dones en un memorable monólogo, al final de una irrecordable película nacional. No cabe duda de que es una chica agradable de ver y recordable por sobre los escombros.

Aunque es muy posible que su apellido Saba sea de orígen palestino, Vanessa tiene el aspecto fisonómico de una limeña blanca, pero especialmente distinguida. Impresión que acompañada de una particular modulación en su hablar, la sindica con el término impreciso, inelegante pero también ineludible de “pituca”.

La consecuencia de esto es que no se la identifique con “la mayoría de los peruanos”. Ella no podría interpretar (excepto quizá para los creativos de comerciales) a una voluptuosa cantante de chicha, ni a una impetuosa brichera del Cuzco, ni a una bella shipiba surcando solitaria bajo el nimbado cielo. Yendo por el lado huachafo de la historia, ella no podría representar a la señora de Cao, ni a la Dama del Ampato.

Peruana sin embargo como la que más, ella no vio ninguna razón para inhibirse de ser "el nuevo rostro" de la televisión estatal peruana, ya que así se lo pedía alborozada la veterana periodista que actualmente timonea el “canal 7”.

Volviendo a la Srta. K., su pretendida candidez no es fácil creer. Ella hizo declaraciones de una calculada audacia. Pero a pesar de su impecable calcular, la echaron. Y de mala manera: no sólo le quitaron el trabajo, sino que improvisaron formas al paso para causarle humillación pública. Hubo encono de por medio. Y un costo político considerable que normalmente debería haber causado ya la defenestración de la gerente del canal.

Por vez primera, a los 60 días del nuevo gobierno, los nervios destemplados de una funcionaria desencadenaban un escandalete que servía también para señalar el fin del acojudamiento post electoral del antiaprismo y anunciaba el renacer de críticas y de recuerdos incómodos.

La apariencia de la brutal reacción era culposa: que la linda Srta. K profiriera la palabra “sobón” no era motivo para que la gerenta la echara. Al hacerlo ella parecía confesar a gritos: “Si, yo anhelaba sobonear al gobierno desde este canal, pero esperaba hacerlo discretamente”. Era como si se hubiera cometido la indelicadeza de hablar de vísceras en presencia de Jack El Destripador.

La otra parte de la declaración de la Srta K. fue en realidad mucho más cáustica y audaz aunque menos espectacular: que el nuevo “rostro del Canal”, el de Vanessa, “no le parecía”, y que este rostro debía estar más adecuado al país llamado multirracial en que vivimos.

Es muy probable que haya sido ésta última la razón principal para desencadenar la furia de la gerenta. (...continuará)