19.8.07

El huevo de Vanini. Una interpretación mística

Gracias a la voz de alarma que recibimos de un amigo nuestro, Mario Tejada, solidarizán-dose con el hombrecillo de espaldas, nos enteramos con retraso del escandalete suscitado en el último Festival de Cine de Lima.

Aquí en Dioinville nos entusiasma la teoría según la cual no sólo los filósofos y/o los místicos pueden acceder a La Verdad mediante férreas disciplinas de toda una vida. La verdad QUIERE y eventualmente llega a mostrarse a los seres humanos, aun a pesar de ellos.

Estas exposiciones, a veces peligrosas, pueden generarse por causa natural como por ejemplo un bello atardecer o un ataque de epilepsia; o de manera artificial en lo que, con no poca frecuencia, alguna forma de arte está involucrada. Sin embargo se trata de discretos intersticios y no de portones. Estos pueden quedar abiertos para siempre... por el contrario, los intersticios son efímeros y sólo nos conceden una breve pero intensa conexión con La Verdad a la manera de un guiño o un repentino rayo de sol en un día brumoso.

Todo comenzó hace 2 semanas cuando un joven impetuoso con un aire entre Luke Skywalker y Austin Powers, entrevistó a un caballero apellidado Vanini, funcionario de la Biblioteca Nacional, sobre el Festival de Cine que anualmente organiza la Pontificia UCP. Vanini, semiólogo autodidacta, deconstruyó con algo de teatralidad los extraordinarios mensajes aglomerados en el afiche del festival. Lo singular del acontecimiento fue que Skywalker grabó la entrevista con su cámara de video, lo yutubeó y lo linkeó en su blog “La habitación de Henry Spencer” generando, que yo sepa, la primera conmoción superestructural originada en un video de internet en el Perú. (ver el video)

La causa de la celebridad del video fue que en él, Vanini afirmaba “en plena fiesta del cine”, que el afiche del festival tenía contenido racista. Despachándose además con otros conceptos urticantes, como “izquierda caviar”, “políticamente correcto”, “alumnos de Gonzalo Portocarrero” entre otras blasfemias. La tempestad opinática se desencadenó en amplio espectro: desde las proximidadades al etno cacerismo, hasta las acusaciones consabidas de “acomplejado”, “resentido social” y otros eufemismos cuidadosamente diseñados para aliviar de la inclinación a decir “cholo de mierda”.

Si se hubiese tratado de un bar o discoteca exclusivos, Ripley, un comercial de Leche Gloria, el escándalo estaría dentro del margen de lo regular. IDEHPUCP, APRODEH, IDL, habrían puesto el grito en el cielo. Se habría convocado a un plantón, a un pasacalle y pocos días después todo habría vuelto “a la normalidad”. Esta vez la cosa no era tan sencilla porque, a pesar de la existencia de intermediarios, la Pontificia UCP estaba involucrada. ¿Quién entonces podría defendernos?

Una inspección simple al afiche (ya que los afiches no se componen para los semiólogos) no dejan lugar a duda: hay contenido racista y/o excluyente y/o elitista, sasonado con un tufillo argentinizante. Sobre las intenciones profundas de los responsables de la publicación del afiche no existe duda: por más fama de avezados que tengan los publicistas, no habrían osado provocar una rabieta a sus empleadores, los jerarcas del Centro Cultural. Por otro lado, ellos, los que aprobaron y autorizaron la publicación del afiche de marras, tampoco se habrían atrevido a mellar el nombre inmaculado de la Pontificia.

¿Qué fue entonces lo que impidió que desde el proceso de creación del afiche, hasta el momento en que los obreros salieran con sus latas de engrudo a pegarlos por todos los barrios de Lima, nadie -pero nadie- se pudiera percatar de lo evidente, hasta que el señor Vanini se presentara y les pusiera el huevo sobre la mesa?

La respuesta que podemos ensayar aquí es la siguiente: los publicistas fueron inspirados por el Espíritu Santo y nadie vio nada por una milagro del Señor. No hay que olvidar que se trata de una universidad Pontificia y Católica.

Una amiga mía que militó en la trinchera trotskista en muchas de las gestas del fundo Pando allá por los 80, me confesó que cuando hacía poco había visitado la sede de su Alma Mater, había quedado conmovida por el nuevo “panorama social” que presentaba, lo cual me atrevo a interpretar como un asunto relacionado fundamentalmente a la pigmentación.

Tal vez El Afiche deba entonces verse como una epifanía del sagrado temor que suscitan los nuevos matices epidérmicos de los nuevos chicos de la católica. Una voluntad de escapar del sino fatal que los persigue en sus pesadillas más inconfesables y los obliga a hacerse fuertes en esta especie de bunker de Camino Real.

Los que se han sentido incriminados han manifestado furias, resentimientos, alguna medida de contorsionismo ético o discursivo, o bien silencio de muertito. Creo que estas reacciones culposas son innecesarias: observemos con buen espíritu el afiche que nos ha deparado momentos de suprema lucidez: veremos que muestra muy bien la naturaleza del Festival, y que nada tiene que ver con el "cómo quisiéramos que fuera", o "cómo sería si fuese de nosotros". Espantarse por incontestable realidad carece de sentido.

Además la razón por la que el Festival quiere ser peruano (pero de preferencia para blancos), de Lima (pero más bien en San Isidro), de cine (pero con teatrista a la cabeza), es probablemente la misma razón por la cual TU ya no vives en la calle Gallinazos o el Jirón Ica y ni siquiera en Breña, sino en una anónima pero bien guachimaneada callecita de San Borja. “El Afiche” pues tiene la extraordinaria cualidad de iluminar por un segundo la vasta oscuridad que transitamos: incomprensibles fuegos fatuos para muchos, rayo fulgente en el Camino de Damasco para otros.