17.5.06

El sueño de Rosa María

Envuelta en el delicado perfume de sus almohadas, Rosa María piensa que en pocos días deberá elegir entre dos probables autores -el uno intelectual, el otro algo menos- de delitos muy graves contra el género humano.

Segura de su predestinación para escoger lo justo aunque no le fuera de provecho personal (que no partan en mitades al infante, que suelten a Jesús y no a Barrabás), esta circunstancia le parece más parecida al terrible “Mátame un hijo” requerido a Abraham.

Piensa que votar viciado o en blanco es reeditar la actitud asquienta de Poncio Pilatos pero devaluada por el anonimato y, confiada en la oportuna iluminación que la ayudará a decidir, se dispone al reposo.

Durante meses, la candidata de su preferencia había aceptado con humildad los buenos augurios de las encuestas y el sinfónico regocijo de los medios de comunicación, pero repentinamente se había hallado en el desamparo ante un confuso escenario de miembros de mesa, personeros, funcionarios ariscos de la ONPE, del JNE, de la Cancillería. Definitivamente no le habían dicho toda la verdad.

Habían omitido que bastaba que algún maligno la señalaran como la "candidata de los ricos" para que el trabajo de tanto tiempo se desmoronara como una escultura de arena. ¿Acaso no habían recorrido el país llevando la esperanza a los más pobres, no habían bailado huaynos, comido papas y bebido chicha en vaso comunitario? ¿Qué faltó para persuadirlos de que no era la candidata de los ricos?

¿Qué faltó para lograr que la eficiente y bien educada derecha ganara las elecciones. Qué remedio podía evitar el triunfo de la envidia, del resentimiento, del rencor entre razas?

Cuando abre los ojos, cree tener la respuesta: para dar su voto resignado a Alan García, convertido por la pesadilla electoral en contrahecho salvador de la democracia, necesita que éste pida perdón al pueblo. Pero no de la manera elusiva propia de un político criollo. Que muestre arrepentimiento sincero y que pida el perdón del pueblo de una manera satisfactoria.

Arrepentimiento, penitencia y perdón
La ética cristiana exige el arrepentimiento sincero como condición para la salvación del alma. Pero en el ámbito terrenal, la sinceridad del arrepentimiento siempre debe someterse a la subjetividad de los juzgadores. Las palabras o los signos externos del arrepentido no son necesariamente suficientes para llevar a la certidumbre de un arrepentimiento verdadero.

La penitencia, en cambio, es un intento de prueba tangible del arrepentimiento y suele ser condición para el perdón. Judas Izcariote demostró su presumible arrepentimiento de una manera inapelable. En el medievo la penitencia se relacionó con la humillación y la mortificación de la carne. La Inquisición utilizó métodos extremos para producir confesiones y arrepentimientos. Las procesiones de penitenciantes con San Benitos, capirotes y velas verdes hicieron de la penitencia un acto público (que no siempre otorgaba el perdón en este mundo).

La autocrítica es en la política el equivalente de la penitencia aunque tampoco garantiza la rehabilitación. Por ese motivo, siempre que se ha tratado de temas fundamentales, la autocrítica ha sido una práctica poco común, o poco discernible, entre los políticos.

Los partidarios de García afirman que él ya ha hecho la suya aunque no haya satisfecho a todos y que, además, presentarse a las elecciones es someterse a las furias o a la clemencia de los ciudadanos.

Los electores que no votará por Humala en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 2006 se compone de los que ya votaron por Alan y probablemente lo volverán a hacer sin necesidad de mayor trámite. Los que reconociendo el desastre de su gobierno tienen la seguridad de que Alan tiene la capacidad para hacerlo mejor. Los que jamás perdonarán su incompetencia y están seguros de que un segundo gobierno sería igual al anterior. Los que podrían perdonar los errores de un primer gobierno pero no pueden perdonar sus presuntos delitos contra la humanidad. Los que sin perdonarle, votarán por él porque le tienen menos miedo que a Humala. Y los que necesitan, tal vez, de ese gesto indefinible que les permitirá decidir en el último instante.

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